Un altre article sobre el tema Arenys. Aquest és de Joseba Arregui i ha estat publicat avui a El Periódico.
El juego de la independencia
“Va banque!”, dicen que grita el crupier no sé si cuando se juega a la ruleta o a las cartas contra la banca en los casinos. Pero es un grito conocido para indicar que se cierra el juego, o que queda abierto el juego para el que quiera. Para lo que interesa en estas líneas, interprétese como que queda abierto el asalto a la banca, a la caja: se puede jugar todo contra todo.
Los padres vascoparlantes inculcaban antaño a sus hijos la conducta expresada en una frase sencilla: «Jokua ez da jolasa», es decir, el juego –la apuesta– no es un juego. En una sociedad en la que las apuestas en los frontones y en las plazas públicas en torno a los juegos populares eran una epidemia, en una sociedad en la que los predicadores atizaban, a lo largo del siglo XIX, más contra el pecado de la apuesta que contra los pecados del sexo, la frase poseía todo su sentido.
Hoy les resultaría a los padres bastante más difícil transmitir el valor implicado en la frase: todo se ha convertido en un juego. La economía se explica desde la teoría de los juegos, la vida se pone en juego permanentemente, las finanzas internacionales se han convertido en un juego de casino, las viviendas de protección oficial (al menos en Euskadi) se sortean, las relaciones sexuales son para jugar sin pensar en las consecuencias, los ayuntamientos organizan fiestas, guateques, botellones, conciertos a partir de medianoche y hasta aquelarres. ¡La vida es una fiesta, la vida es un juego!
¿Por qué va a quedar la política fuera de las tendencias del tiempo? Todo es posible, todo se puede cambiar, se puede defender algo y su contrario al mismo tiempo, se puede jugar a todo. Y se puede jugar a ser independientes, a declarar
Y para unos, la cuestión no tiene importancia porque no es más que eso, un juego; para otros, es una manifestación de civismo, porque no ha habido altercados, supongo, o porque no han decidido declarar la guerra a nadie. Otros hablan de que el juego se va a repetir en otros lugares: para, jugando, decidir que no quieren convivir conmigo en el mismo Estado, que no quieren compartir conmigo las mismas estructuras estatales, alguna unidad de derecho, algún ámbito de solidaridad. El ministro del ramo afirma que el asunto no tiene importancia porque no tiene consecuencias jurídicas: lo que no pasa al Boletín Oficial del Estado no existe.
Pero el juego nunca es un simple juego. El juego siempre es más que un simple juego. Quienes organizan estos actos jocosos pretenden que se ponga de manifiesto que en Catalunya hay muchos que no quieren convivir con los españoles, que no quieren compartir las mismas estructuras estatales, que no quieren compartir la lengua española, que no quieren compartir el ámbito de solidaridad, que no quieren compartir el mismo sistema de derecho. Que no quieren estar junto a los españoles, a lo más en las englobantes estructuras europeas. Y quieren que el mundo sepa que eso es así, que el mundo vea cuántos catalanes hay que no quieren ser españoles. Lo demás vendrá por añadidura.
Y lo cierto es que si alguien no quiere vivir junto a otro bajo el mismo paraguas estatal, jurídico y de solidaridad, no se le puede obligar a ello. Lo único que cabe es pedir a todos los que juegan ese juego que se tomen en serio lo que están haciendo y que no se engañen. Porque se pueden encontrar con que el problema de la convivencia se les plantee de forma distinta de la que ellos creen. Porque puede suceder que con el que no quieren convivir no es con el que vive en Madrid, o en Andalucía, o en Murcia, o en Galicia, sino que no quieren convivir con el vecino de al lado, con el catalán que entiende Catalunya de otra manera, con el catalán que siente su ser catalán de forma distinta a quienes están jugando a declarar
Y entonces el juego se convierte en algo muy serio. Porque puede suceder que aquellos que son objeto de desamor, o de desafección, como gustan decir algunos líderes catalanes, empiecen a pensar que sí, que es mejor romper las relaciones, que en lugar de seguir jugando es preciso llegar a tomar en serio las cosas: cada uno en su casa, y todos contentos.
Y entonces los catalanes que van montando estos juegos se pueden encontrar con el problema básico de la democracia, que no consiste en otra cosa que no sea el de gestionar el pluralismo, el de encontrar caminos para convivir no con los españoles, o con el resto de españoles, sino con muchos catalanes que prefieren ser más complejos, plurales, ricos en su propia identidad que lo que predican algunas ensoñaciones monistas. Y se encontrarán que en lugar de solucionar un problema se han cargado con otro mucho más serio, grave y difícil de resolver.
Hagan juego, señores, pero sepan que la banca puede quebrar.
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