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jueves, 23 de junio de 2011

Un artículo para la reflexión


Es Periódico publica hoy un artículo del catedrático Josep Oliver que creo que merece la pena leer y reflexionar sobre su contenido. Artículos como éste suben el nivel de la discusión sobre algunas cuestiones que plantea el movimiento 15-M, dando un toque de rigurosidad a los argumentos.

Indignados del sur y del norte

La cuestión neurálgica es si sobrevivirán el euro y el sueño europeo a tanta indignación

Los manifestantes del pasado domingo, nuestros indignados, dejaron meridianamente clara su oposición a la situación actual. Como buena parte de la ciudadanía, simpatizo con algunas de esas posiciones, aunque, en general, pecan de simplistas. Y hoy el peor favor que nos podemos hacer es simplificar el debate. Porque, simplificando en exceso, rápidamente se traspasa la línea que separa la crítica fundada, y las propuestas razonables, de la fácil demagogia y los sueños infantiles. Déjeme el lector destacar cuatro mitos (o mentiras) de entre los que han aparecido.

Primer mito: la crisis viene del exterior, generada por la codicia de los mercados financieros. Lamento informarle de que eso no es más que, parcialmente, cierto. Y, ya sabe, medias verdades equivalen a mentiras. Porque no todo el planeta está sufriendo las consecuencias de la codicia de Wall Street y el dominio de la tesis de la economía más ortodoxa, sin ningún fundamento científico, de que la mejor regulación de los mercados es la que no existe. Ciertamente, aumentos del crédito del 30% en Brasil, China, Turquía o Rusia no se dan en fases de recesión. O, más cerca de aquí, el paro se sitúa en valores muy aceptables: las tasas de desempleo de Holanda, Austria, Alemania y los países nórdicos, o incluso de Francia, oscilan entre el 7% y el 3%. Mientras los ritmos de crecimiento de Alemania superan el 6% anualizado, en Francia son más del 4%, y Holanda, Dinamarca, Finlandia o Suecia muestran también avances del PIB muy elevados. En casa, en cambio, práctico estancamiento, en paralelo al de Gran Bretaña, Irlanda o EEUU, es decir, en línea con aquellos que siguieron un modelo de expansión financiera basado en un insólito crecimiento del crédito, y que encontró en la construcción un natural destino. Por tanto, formamos parte de un reducido grupo de países que usaron la amplia liquidez y los bajos tipos de interés como combustible de la expansión, provocando con ello un aumento de la deuda de familias y empresas a niveles que hoy son de difícil retorno. Una buena parte de esta crisis, nos guste o no, es nuestra.

Segundo mito: tenemos que plegarnos a los mercados. Esta afirmación obvia la respuesta a una pregunta más relevante: ¿qué margen de maniobra tenemos? Las familias deben a las instituciones financieras un billón de euros; las empresas inmobiliarias, cerca de 400.000 millones, y el resto de empresas, otros 600.000. Ahí habría que sumar otro tipo de deuda distinta del crédito bancario. De esta forma, la deuda del sector privado no financiero ha pasado del 150% al 300% del PIB entre el 2000 y el 2010. Añada usted aquí el 60% del PIB (unos 650.000 millones más) en forma de deuda pública. Y una parte no menor de la misma se ha contraído en el exterior: lo que debe España (descontado lo que tenemos fuera) se acerca al billón de euros. ¿De dónde viene? Pues de invertir un 30% del PIB y ahorrar solo el 20%, como hacíamos antes de la crisis. Y ¿quién nos prestaba? Pues las frauen alemanas o los fondos de pensiones europeos, asiáticos o americanos o vaya usted a saber qué maléficos mercados, con el dinero de gente que, como usted o como yo, había ahorrado previamente. Y que, como todo hijo de vecino y buen padre de familia, esperan recuperar su inversión. ¿O no lo esperaría usted?

Tercer mito: dado que no tenemos que cargar con la crisis, ya que no la hemos generado, es indiferente quién lidere su salida. Lo contrario es lo cierto: dado que el ajuste es inevitable, es de justicia un reparto equitativo. Es decir, que los que más tienen, más contribuyan. Y aquí, enzarzados en otros debates, este reparto se dibuja de forma contradictoria. Se ha elevado el IRPF

hasta el 46% y, en el caso catalán, al 48%, medidas que van en la buena dirección. Pero, al mismo tiempo, se liquida el impuesto sobre el patrimonio y, en Catalunya, los impuestos de sucesiones y donaciones que solo benefician a los contribuyentes de rentas más altas.

Cuarto mito: la Unión Europea debería ayudarnos sin imponer condiciones. Lamento informar de que las ayudas a Grecia, Irlanda y Portugal no proceden del cielo. Y alguien, y más concretamente el contribuyente alemán o centroeuropeo, es el que afloja el bolsillo. Además, pagan aquellos que soportan una presión fiscal en sus países más elevada que en los nuestros. ¿No estarían ustedes también indignados si, con sus impuestos, se ayudara a países que han vivido por encima de sus posibilidades y que ahora no pueden, o no quieren, hacer frente a sus obligaciones? ¿Y qué, encima, tributan menos que usted?

En los países del sur se extiende un movimiento de indignados bajo la bandera de no con mi consentimiento. En el norte y centro de Europa, otra ola de indignación avanza también con fuerza al grito de no con mis impuestos. Cuidado. No vaya a ser que ambas fuerzas acaben destruyendo el sueño, ese sí importante, europeo. Porque esta es, hoy y ahora, la cuestión neurálgica: ¿sobrevivirá el euro a tanta indignación?

Josep Oliver Alonso Catedrático de Economía Aplicada (UAB)

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