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miércoles, 1 de febrero de 2012

Una respuesta a la crisis



Este es el título de un artículo de Felipe González publicado el pasado 26 de enero en el diario El País. He creído conveniente reproducirlo por el transfondo ideológico del mismo y porque combina muy bien la preocupación por la situación económica con recetas para salir de la crisis que no se están teniendo en cuenta, y que merecen una reflexión.
Es evidente que el antieuropeísmo creciente es debido a la situación de crisis que provoca una reacción del “sálvese quien pueda”, aparcando la solidaridad como espíritu fundacional y elemento de cohesión, que ha propiciado, entre otras cosas, que España haya avanzado en bienestar e infraestructuras con pasos de gigante durante los últimos 25 años. Y es evidente que los responsables políticos europeos tienen mucho que ver en esta cuestión, obsesionados únicamente con cuadrar las cuentas y relegando la política a los meros intereses económicos.
Me pregunto cómo afrontaría esta Europa nuestra los problemas actuales si estuviese gobernada por líderes como Felipe González, Helmut Kohl o François Mitterrand. Estoy seguro de que su liderazgo serviría para que una Europa unida y solidaria saliera airosa de esta crisis.

Cuarto año de crisis y la perspectiva nos lleva a pensar en la famosa década perdida de América Latina en los años ochenta del pasado siglo. A estas alturas se tiende a olvidar que el origen estuvo en la implosión de un sistema financiero desregulado, lleno de ingeniería financiera cargada de humo, sin relación con la economía productiva. Esto arrastró a la economía real a una recesión mundial, especialmente grave en los países centrales, como epicentro de este disparatado sistema.
Hoy se enfrenta la situación de la deuda soberana derivada de la crisis financiera, como un problema de solvencia, que no existe, aunque lo más grave sea la falta de liquidez y de crecimiento económico generador de empleo. Error de estrategia, en particular en la zona euro, que puede contraer dramáticamente la economía y agravar la crisis de la deuda, además de hacernos olvidar las causas originarias y por tanto, no actuar sobre ellas. Este enfoque está cuestionando la cohesión social que ha definido la época de reconstrucción y desarrollo de Europa desde la Segunda Guerra Mundial.
Toda una gran paradoja: el modelo triunfante del neoconservadurismo desregulador que se inicia en los ochenta del siglo XX, domina la escena de la globalización hasta el estallido de 2008 y, como respuesta, la misma corriente ideológica, mayoritaria hoy en Europa, se olvida de las causas de la crisis y centra la estrategia en las consecuencias de la misma. Las fuerzas representativas del centro izquierda progresista se sienten arrinconadas y a la defensiva en la Unión Europea y acosadas por la presión de la derecha más extrema en Estados Unidos.
Al tiempo, crece el nacionalismo antieuropeísta, el virus destructor de Europa a lo largo del siglo XX. De nuevo la paradoja: las propuestas de gobernanza económica europea, imprescindible para que funcione la Unión Monetaria, por su erróneo enfoque, aceleran las pulsiones nacionalistas en todos los rincones de Europa. Una mezcla explosiva que introduce más confusión en la ciudadanía, que ve a sus gobiernos inermes ante la hegemonía de los “mercados”.
En estas circunstancias necesitamos, más que nunca, una propuesta socialdemócrata y europeísta, desde un pensamiento renovado, capaz de comprender las implicaciones del cambio civilizatorio que vivimos a nivel global. No puede ser meramente defensiva de lo conseguido hasta ahora en ese modelo que Lula definía como “patrimonio democrático de la humanidad”, para no caer en la denuncia sin alternativa del pensamiento neoconservador que nos llevó a la crisis.
Europa no tiene otro camino en la globalización que más Europa, más soberanía compartida para avanzar en la gobernanza económica de la Unión y en su proyección relevante hacia el exterior. Este impulso debería excluir de nuestra agenda las tentaciones nacionalistas y proteccionistas que persiguen réditos políticos a corto plazo. Pero este impulso hacia una mayor integración europea no puede formularse desde una estrategia equivocada como la que domina la realidad actual, provocando desesperanza ciudadana ante la contracción de la economía, el aumento del paro, la liquidación de las redes de cohesión y solidaridad. Se piden sacrificios reales y se ofrecen esperanzas inciertas.
Es la oportunidad para una opción renovada socialdemócrata y europeísta. Necesitamos ajustar nuestras cuentas públicas, controlar los deficits excesivos y la deuda en aumento. Pero no necesitamos una terapia brutal que olvide la necesidad de crecer y generar empleo. Tenemos un problema de deuda pero no de solvencia. Necesitamos liquidez para que llegue el crédito a la economía productiva y haya crecimiento y empleo. Podemos y debemos activar el Banco y el Fondo Europeo de Inversiones y convocar a los que quieran participar con sus excedentes de ahorro –como China y otros emergentes– en un gran fondo para invertir en infraestructuras energéticas, de redes, de autopistas del mar…, que impulsen la modernización y el crecimiento generador de empleo en Europa.
Pero no debemos olvidar el origen de la crisis. La habilidad neoconservadora, la de los actores financieros, la de las agencias de calificación consiste en hacernos olvidar las correcciones de fondo que necesita el modelo de economía financiera sin regulación y llena de humo que nos llevó a esta catástrofe. Los gobiernos están condicionados obsesivamente por las “primas de riesgo”, las valoraciones de las agencias –sin legitimidad alguna, ni de origen ni de ejercicio–, enterrados en una especie de lucha de supervivencia día a día, que les distrae de las causas de fondo que provocaron la situación actual. Ni siquiera se consigue el consenso mínimo para imponer una tasa a las transacciones financieras. La resistencia no se produce por los efectos recaudatorios de esa tasa, sino por los efectos regulatorios que permitirían controlar los movimientos especulativos de corto plazo que afectan dramáticamente al valor de las empresas y perturban el funcionamiento de la economía real.
Además la izquierda tiene que proponer, sin miedo, las reformas estructurales necesarias para avanzar hacia una economía altamente competitiva, que premie la productividad por hora de trabajo, la excelencia en el producto final, la innovación y el espíritu emprendedor. Un modelo sostenible económica y medioambientalmente, para competir en una economía globalizada que nos está marginando. Solo así podremos añadir el valor suficiente para defender –a la ofensiva– la cohesión social que nos identifica, mejorando un sistema sanitario público, una educación y una formación profesional de calidad, que nos permitan llegar a todos, igualar oportunidades y competir con ventaja.
Si queremos que haya una alternativa de izquierda mayoritaria, que incluya al centro del espectro social y político, a los jóvenes y a los mayores, tenemos que utilizar nuestros valores para aplicarlos a la nueva realidad. Nosotros, socialistas españoles, lo hicimos en los ochenta, antes de que otros hablaran de “terceras vías” para la socialdemocracia. La sociedad nos entendió y nos apoyó. Una vez más tengo que recordar que la izquierda no puede cometer el error de confundir los instrumentos con los fines, ni la ideología con el ropaje vacío de ideas con que se encubren algunos. Y, en cada época histórica, hay que saber renovar las ideas y los instrumentos para ser fieles a los valores de solidaridad y libertad que nos impulsan.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Juan estos del pp han contado con alegrias del sur para no se que curso y no nos han consultado para nada. nos sentimos utilizados.

antonio.

Juan Parralejo dijo...

Tranquilo. Es su estilo. Los botiguers también están enfadados con ellos por lo mismo.