Decía Felipe González esta semana en el debate sobre Gobernanza Global celebrado en México que "la austeridad hasta la muerte va efectivamente a conducir a la muerte" y que "quien no crece no paga". Cada vez son más los gobiernos europeos que advierten de que esta política impuesta por Alemania, con el visto bueno de Francia, es la pescadilla que se muerde la cola. La austeridad dogmática aplicada a las políticas económicas está llevando a Europa a otra profunda recesión, más dura que la de 2010, afectando a más países, y poniendo en riesgo ni más ni menos que el proyecto europeo.
Tal y como vengo haciendo últimamente, incorporo un artículo publicado el pasado 3 de mayo en El Periódico por el catedrático de política económica de la UB Antón Costas, que resume a la perfección lo que está ocurriendo. El título es suficientemente elocuente:
TENDENCIA SUICIDAS.
TENDENCIA SUICIDAS.
¿Qué puede explicar que unos dirigentes políticos se empeñen
tercamente en empujar a sus países al precipicio de la recesión
económica, el paro masivo, el conflicto social y la quiebra de la
democracia? Es una cuestión que no consigo quitarme de la cabeza. En
cualquier caso, ciñéndonos a los hechos, eso es lo que está ocurriendo
con la política europea.
Si pintan un mapa de Europa y van poniendo sobre cada país el dato
del PIB del último trimestre verán que la mayor parte han vuelto a
recaer en la recesión (Reino Unido, Irlanda, Suecia, Dinamarca, Holanda,
Bélgica, Estonia, República Checa, Austria, Eslovenia, Rumanía, Italia,
Malta, Grecia, España y Portugal), y los que no lo han hecho están en
puertas (Alemania y Francia).
La recaída en la recesión está haciendo que el paro aumente en toda
Europa, de forma dramática en España. Los más afectados son los jóvenes.
Por otro lado, la caída de ingresos de las clases medias y trabajadoras
es alarmante, y hace que la pobreza aumente, especialmente entre niños y
mujeres.
Las consecuencias políticas de ese marasmo económico y social van en
aumento. Las encuestas muestran creciente desafección con el proyecto
europeo. Especialmente entre los jóvenes y la clase media y trabajadora.
No es difícil entender que los partidos populistas y antieuropeístas
estén aumentando su apoyo social y electoral. Lo acabamos de ver en
Francia, con Marine Le Pen. Y, con toda probabilidad, lo veremos en las
próximas elecciones griegas. A la vez, Alemania está siendo más
tolerante con expresiones políticas de mal recuerdo.
La situación europea actual tiene, a mi juicio, similitudes con la de
los años 30 del siglo pasado. Frente a la Gran Depresión provocada por
el crack de la Bolsa de Nueva York en el 1929, Europa mantuvo el sistema
patrón oro -una especie de euro de la época- y aplicó políticas que
agudizaron la enfermedad. En particular, el canciller alemán Heinrich
Brüning impuso una política de austeridad a machamartillo que
intensificó los efectos económicos, sociales y bancarios de la recesión.
Finalmente, tuvo que dimitir, arrastrando en su caída a la República de
Weimar. Las nuevas elecciones fueron ganadas limpiamente por el partido
populista de Adolf Hitler, que aplicó de inmediato una política de
incremento del gasto militar. El resto ya lo conocen.
Brüning se exilió a Estados Unidos, donde escribió un libro
reconociendo su equivocación. Es el llamado error Brüning. Estados
Unidos, bajo la presidencia de Franklin D. Roosevelt, evitó ese error
aplicando una política de gasto que fue llamada New Deal, nuevo contrato
social. Y la democracia norteamericana se salvó del marasmo europeo.
Como si desconociesen esa historia, los políticos europeos están
empeñados tercamente en repetir errores similares. El euro, en su actual
diseño, se parece mucho en sus efectos al sistema patrón oro. Desde
Alemania se vuelve a imponer una austeridad que lleva a la recesión y al
paro. Y nuestros gobiernos, bajo los efectos de lo que en alguna
ocasión he llamado síndrome de Berlín, se aplican a instrumentar esa
austeridad.
Vuelvo, por tanto, a la pregunta inicial: ¿cómo explicar estas
tendencias suicidas de la política europea? Creo que es el resultado de
dos cosas: por un lado, de malas ideas económicas acerca de las causas y
remedios de la crisis; y, por otro, de una ideología política de signo
conservador, compartida hasta ahora tanto por los partidos llamados de
derechas como por los socialdemócratas.
La visión germánica sostiene que la causa de la crisis de la deuda
pública fue el despilfarro de los países del Mediterráneo y del
Atlántico norte (los llamados despectivamente, PIGS, acrónimo de cerdos
en inglés). Les aseguro que hoy no hay ningún economista sensato que
sostenga esa visión. Al contrario, existe un creciente consenso en que
la causa de la crisis fue el hiperendeudamiento privado (familias,
empresas y bancos) facilitado por el mal diseño del euro, una equivocada
política monetaria del Banco Central Europeo (BCE) y un espectacular
fallo del sistema financiero.
Sin embargo, nuestros gobiernos han comprado esas malas ideas.
Posiblemente porque van bien a su ideología política, en la medida en
que les permite defender que la solución es el recorte y la
privatización de algunas de las prestaciones del Estado del bienestar.
Desde estas páginas hemos insistido en que ese era un mal diagnóstico y
en que la austeridad compulsiva por sí sola, sin crecimiento, crea más
problemas de los que resuelve.
Algo parece estar cambiando. Estos días comenzamos a ver proclamas de
políticos europeos reclamando políticas de crecimiento. Pero mientras
no cambien esas malas ideas, la tendencias suicidas persistirán. ¿Qué
nos puede salvar? El miedo. Si Alemania y Francia entran en recesión,
quizá sus gobiernos sean más sensibles a cambiar esas malas ideas.
Por Antón Costas, Catedrático de Política Económica (UB).
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