Interesante artículo publicado hoy por Antoni Puigverd en La Vanguardia.
Durante los últimos años, los partidarios del proceso catalán hacia
la independencia (la minoría más robusta, organizada y
sobrerrepresentada) han acusado a los catalanistas partidarios de otras
opciones de poner palos en las ruedas catalanas. Quien osaba apelar a
una tercera vía negociada era tratado de ingenuo incurable o de perverso
representante del statu quo. Quien sostenía que el sentimiento de
pertenencia catalanoespañol es, a pesar de todos los pesares, muy alto
en Catalunya, y que era preciso tener presente este factor antes de dar
según qué pasos, era acusado de quintacolumnista. Quien avisaba de que,
forzando a elegir entre la lealtad catalana y la española, cabía la
posibilidad de una ruptura interna catalana, era acusado de hacerle el
juego a Aznar y se le obligaba a aceptar el dogma de fe de la exigencia
demoscópica de voto por parte del 80% de catalanes (exigencia
indemostrada, pero siempre desmentida por los hechos).
Quien recordaba que la reclamación del pacto fiscal dio la impresión
de ser una excusa fugaz era acusado de tocársela con papel de fumar.
Quien, ante la descripción independentista de una España monolíticamente
agresiva con Catalunya, recordaba el respeto o el afecto con que no
pocos madrileños, cordobeses o sorianos de hoy y de ayer reconocen
nuestra realidad cultural y económica, era tachado de idealista
enfermizo o de español confeso y se le condenaba al infierno de Wert,
Losantos y compañía. Quien hacía notar que el discurso del president Mas
confunde España con las posiciones del PP y la historia de España con
la interpretación que hace de ella el PP era conminado a no entorpecer
el procés con argumentos de quisquilloso. Quien lamentando que la
hegemonía independentista imponía un relato obligatorio que empobrecía
el debate era acusado de hacer el juego al españolismo y de demonizar el
catalanismo.
Y si, considerando que la sentencia del 2010 fue emitida por un
Tribunal Constitucional anómalo y politizado, alguien opinaba que la
respuesta no tenía por qué ser la ruptura, sino un reagrupamiento del
catalanismo en torno al mínimo común denominador, rápidamente era
acusado de ser partidario de las medias tintas y se le conminaba a
reconocer ante el tribunal de la historia que la oportunidad era única y
que oponerse al procés era negar el futuro de Catalunya.
Pues bien, ahora díganme, ¿quién ha sido el quintacolumnista? ¿Quién
ha entorpecido realmente el famoso procés? ¿Quién ha provocado el
naufragio de la ilusión de los catalanes que habían hecho suyo el relato
soberanista? ¿Quién se ha burlado de la buena fe de la gente? ¿Quién ha
jugado con sus sentimientos? ¿Quién ha conducido al catalanismo a un
laberinto? ¿Quién ha quemado las naves del catalanismo jugándose la
historia y el futuro a una sola carta? Ahora díganme: ¿Quién, abusando
de las metáforas de parejas que se rompen y los amores solitarios, ha
acabado entonando aquel siniestro bolero que decía “la maté porque era
mía”?