Un periodista del diario romano Il Messagero le preguntó a José María Aznar, en el año 2000, sobre el secreto del “milagro económico español”. La respuesta del entonces presidente del Gobierno fue ésta: “El milagro soy yo”. Aunque lo dijera en tono jocoso, lo cierto es que tales palabras -ampliamente reproducidas y comentadas en su momento-, sirvieron para corroborar hasta qué punto el PP se había instalado en su burbuja particular, dispuesto “sin complejos” a la desmesura tanto en la autocomplacencia como a la hora de arremeter contra sus adversarios. Fuera del PP no había más que el error o, en el peor de los supuestos, el infierno. Corrían los tiempos en los que Aznar sacaba pecho encendiendo los ánimos de los suyos con esta soflama: “La corrupción es sinónimo de los socialistas. PP y corrupción son términos antitéticos.”
Nada más falso. La realidad contradecía severamente el dogma de Aznar en aquella época. Antes y ahora, también. Sólo desde la Transición hasta la actualidad -porque el franquismo significó, entre otras cosas no menos repugnantes, la corrupción institucionalizada, gracias a las bayonetas y a la Brigada Político Social- la derecha ha protagonizado numerosos escándalos de carácter económico en sus diversas facetas. Los
affaires urbanísticos que implican a numerosos cargos públicos del PP crecen y se multiplican. Uno de ellos es el de la localidad malagueña de Alhaurín el Grande, que salpica con especial contundencia al alcalde, Juan Martín Serón, y al concejal de Urbanismo, Gregorio Guerra, detenidos y puestos posteriormente en libertad condicional bajo fianza de 100.000 euros.
Rufián de baja estofa La reacción de Martín Serón ha sido la propia de un rufián de baja estofa. “Con Zapatero, los humildes y la gente honrada están en la cárcel y los etarras están en la calle”, ha dicho este tipejo que goza en el PP malagueño de una notable influencia. No es un cualquiera –en clave del PP- el tal Martín Serón, detenido por la policía en Marbella, tras compartir mesa y mantel con Mariano Rajoy, junto a otros compañeros de partido. Las palabras de un alcalde presuntamente corrupto -no sólo las aquí reproducidas- han sido, desde luego, de una enorme gravedad política. De forma que sitúan más y más al PP en el ámbito teóricamente reservado a los ultras o a la extrema derecha. La connivencia entre unos y otros empieza a ser un secreto a voces. Este fenómeno de vasos comunicantes entre los neofascistas y los conservadores es creciente y lo contempla sin apenas dificultad cualquier observador, incluso los que son miopes.
Aquí no pasa nada Pero lo más perturbador no son los eructos retóricos de Martín Serón y sus camaradas de turbios asuntos. Lo más estremecedor es el sonido del más absoluto silencio que, una vez más, caracteriza la actitud de Rajoy frente a los escándalos de corrupción en su propio partido. Únicamente llegan a la ciudadanía ecos de vaguedades y tópicos exculpatorios. Nada. Aquí no pasa nada. Pequeñeces, pelillos a la mar, presunción de inocencia. Si Carlos Fabra continúa siendo el gran jefe del PP en Castellón y se sienta en la poltrona de presidente de la Diputación provincial, parece lógico que los
serones de turno aspiren a la inmunidad. ¿O no es un jerifalte de los más altos en la estructura
genovesa Eduardo Zaplana, y encima va dando lecciones de moralidad al Gobierno y al PSOE?
Romero de Tejada Hiede y Rajoy no se quiere dar por enterado. Ni siquiera se tapa la nariz. No se quiere enterar de que el crédito ético del presidente de las Baleares, Jaume Matas, está por los suelos. Ni se pregunta jamás qué sucedió de verdad con el
tamayazo y a qué se ha dedicado durante años, y hoy en día también, aunque en la penumbra, el tristemente célebre Ricardo Romero de Tejada. Rajoy no sabe, no contesta. Los exabruptos ultramontanos del alcalde de Alhaurín el Grande le deben de hacer especial gracia a Rajoy. Desde la tribuna del Congreso, el presidente del PP va creando escuela. Sus discípulos son aventajados. Por las calles del zapaterismo pasean tranquilamente los etarras, mientras la gente honrada acaba con sus huesos en la cárcel. Ejercicio oratorio de malandrines refugiados en su burbuja.
(Artículo publicado por Enric Sopena en elplural.com el 21.1.07)