Foto:François Hollande y Sigmar Gabriel
El pasado domingo, los resultados de la primera vuelta de
las elecciones en Francia aportaron un aire de esperanza a muchos europeos que
pensamos que hay otra manera de hacer política en Europa para salir de la crisis. La victoria de
François Hollande puede ser un primer paso para que en Europa se reinstale una
política pensada para y por los ciudadanos, donde los famosos mercados queden
subordinados a las decisiones políticas en favor de los intereses de los
ciudadanos.
En esta línea, el pasado 17 de abril, El País publicó un artículo
del Presidente del Partido Socialdemócrata alemán (SPD) Sigmar Gabriel, que va
en esa línea y traza un horizonte radicalmente diferente al impuesto por Merkel
y Sarkozy estos últimos años.
Creo que vale la pena leerlo.
Refundar Europa desde la solidaridad
El neoliberalismo ha tocado a su fin. Necesitamos una economía social
Europa está ante una encrucijada histórica en la que se decidirá el futuro
común. ¿Lograremos dar una respuesta conjunta a la crisis financiera y
monetaria, oponiendo reglas a los desencadenados mercados financieros?
¿Conseguiremos, desde la crisis, desplegar una nueva dinámica para una mayor
integración europea? ¿O permitiremos, por el contrario, que Europa se deje
desmembrar por los mercados financieros, con el peligro de que revivan antiguos
nacionalismos y de que Europa se sitúe a sí misma en un limbo político y
económico?
Estamos ante un cambio de época. La era del radicalismo del mercado y del
neoliberalismo está tocando a su fin. Sus paladines están antes las ruinas de
sus propias teorías. Durante casi 30 años han predicado que solo la libertad de
los mercados posibilitaría el progreso de la sociedad. Esa fue la
doctrina dominante en la política y en la llamada ciencia económica.
Todo esto se ha derrumbado con estrépito con la crisis financiera de 2009. Los
mercados liberalizados y desregulados no han trabajado de forma eficiente, sino
todo lo contrario. Quienes difundieron estas fatales creencias en el mercado no
eran siquiera economistas, sino teólogos. Han anunciado dogmas de fe y
defendido intereses bien concretos, que estaban más allá del bien común.
Como respuesta a estos nuevos desafíos ya no sirven las recetas de entonces.
Como socialdemócratas y socialistas europeos sabemos que vivimos un tiempo que
exige respuestas nuevas y distintas.
No cabe esperar esas respuestas de los conservadores y liberales de Europa.
Ni siquiera ahora quieren darse por aludidos de que han fracasado sus ideas de
mercados libres y autosuficientes. Cuando Angela Merkel habla de que lo que hoy
se trata es de las “democracias conformes a mercado”, se desenmascara a sí
misma y muestra que ella, y sus colegas conservadores, siguen sin entender lo
decisivo de este cambio de época. Como socialdemócratas y socialistas europeos
afirmamos: necesitamos mercados conformes a la democracia, mercados que se
adecuen a una política democrática. Sabemos que Europa es el lugar en el que
tenemos que librar de forma conjunta esta lucha política. En esto estriba hoy
la gran unidad de los socialdemócratas y socialistas europeos: Europa puede y
debe ser el lugar en el que, juntos, domeñemos por segunda vez al capitalismo…
en particular, al capitalismo financiero. Lo que necesitamos es una
europeización de la economía social de mercado orientada al bienestar a largo
plazo de tantos como sea posible, no al beneficio rápido de unos pocos.
Los jefes de Estado y de Gobierno de Europa, predominantemente
conservadores, se han dejado manejar durante demasiado tiempo por los mercados.
Con reiteradas operaciones de rescate han intentado ganar tiempo, sin atacar la
crisis en sus raíces ni poner en su sitio a los mercados financieros.
Y, de forma unilateral, han dado de esta crisis una definición que solo es
cierta en algunas partes: por ejemplo, como crisis de deuda de determinados
Estados de la UE cuyas finanzas públicas se han descontrolado y cuya
competitividad se ha desplomado. En el caso de Grecia, semejante perspectiva
podría tener una cierta justificación. En los de Irlanda y España, sin embargo,
elude el núcleo del problema. Estos países exhibían, antes de la irrupción de
la crisis financiera, unas finanzas públicas ejemplares. Aquí fue sobre todo la
crisis financiera internacional la que obligó a ambos Estados a endeudarse
masivamente para evitar el colapso de su banca.
Los conservadores y liberales de Europa intentan ocultar esta influencia de
la crisis financiera internacional. En vez de sujetar realmente a control a los
mercados financieros, en lugar de acometer los problemas estructurales de la
eurozona a través de una política económica, financiera y social coordinada de
forma efectiva, Europa se somete a un único dictado de ahorro, que no es ni
económicamente racional ni socialmente justo. Bajo un nuevo signo, los conservadores
y liberales europeos mantienen con vida las ideas y conceptos neoliberales que
han fracasado con la crisis: en la medida en que los mercados financieros
pueden seguir desarrollando su juego especulativo y en la medida en que los
Estados se sujetan a un dictado unilateral de ahorro, cuyo resultado es menores
servicios públicos, menor justicia social, más privatización y más libertad de
mercado.
Como socialdemócratas y socialistas europeos queremos una política distinta
para Europa. Queremos conjugar solidez financiera con solidaridad europea,
disciplina presupuestaria con crecimiento y empleo.
1) El pacto fiscal europeo es un paso importante para garantizar unas
sólidas finanzas públicas en Europa. Sin embargo, está orientado de forma
excesivamente unilateral al ahorro y a la austeridad. Por
ello queremos que se complemente con un impulso conjunto europeo hacia el
crecimiento y el empleo.
2) Queremos que los mercados financieros sean sometidos a reglas claramente
más estrictas y que participen de los costes de la crisis mediante un impuesto
a las transacciones financieras. Los fondos de este impuesto podrían ser
aportados a un programa económico y de innovación, una especie de Plan Marshall
europeo del que tendría que beneficiarse sobre todo Europa meridional.
3) Queremos que a Europa se le dé una fuerte orientación social: a través de
una iniciativa común contra el desempleo juvenil, que ha alcanzado en algunos
países niveles preocupantes, a través de un estándar social mínimo y salarios
justos en toda Europa. Queremos luchar por que las personas vuelvan a tener
esto presente: Europa es una comunidad que protege a ciudadanas y ciudadanos.
4) Y sabemos también que Europa, en la crisis, tiene que seguir avanzando en
la integración y requiere unos fundamentos democráticos aún más sólidos. Como
contrapeso a la política de cénaculo de los jefes de Estado y Gobierno en las
cumbres de la UE, el Parlamento Europeo debe convertirse en el lugar central de
la decisión política y la democracia europea.
Cuando se habla hoy de Europa, se hace cada vez menos en relación a la paz y
la reconciliación, la libertad y la emancipación, y más con conceptos de la
economía financiera de mercado: fondo de rescate, mecanismo de estabilidad o
endeudamiento. El discurso sobre Europa, que anteriormente era un discurso de
ideas políticas, se desarrolla hoy cada vez más en el vocabulario de los
gestores empresariales. ¡Pero no podemos dejar a Europa en manos de los
gestores de empresas!
Porque Europa es mucho más. Más que el euro, más que un mercado común. Más
también que los tratados e instituciones que hoy mantienen unida a la Unión Europea. Europa
es también, y sobre todo, una grandiosa idea de coexistencia de personas y
pueblos. Refundar este contrato social de ciudadanas y ciudadanos, en diálogo y
alianza con los grupos sociales y los socios de la Unión, es una de las grandes
tareas a las que puede y debe dedicarse la socialdemocracia en Europa. Europa
como comunidad protectora y representación de los intereses de las ciudadanas y
ciudadanos en el mundo de mañana: esa es la imagen que del futuro de la nueva y
distinta Europa del siglo XXI tenemos nosotros, socialdemócratas y socialistas.
Sigmar Gabriel es el presidente del Partido
Socialdemócrata de Alemania (SPD)
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