Vistas de página en total

martes, 13 de mayo de 2014

Raimon, un símbolo de libertad que merece respeto


Dos artículos interesantes publicados estos últimos días: "Antes está el derecho a dudar" publicado por Lluís Bassets en El País el 11 de mayo y "¡No me toquen a Raimon!" publicado en La Vanguardia por Antoni Puigverd el 12 de mayo. Invito a su lectura y a una reflexión serena.


Antes está el derecho a dudar

En la duda y no en la certeza está la clave. Sin duda no hay pensamiento. Tampoco deliberación, ni confrontación racional de argumentos. En la duda y no en la certeza está el fundamento de la ciudadanía activa y en consecuencia de la democracia.
La duda no sirve a quienes quieren reducir la democracia a depositar una papeleta en una urna cada cuatro años. Pero menos sirve todavía a quienes quieren organizar una votación única y definitiva, un vuelco inexorable, determinado por una dinámica de la historia inscrita en los astros.
Los dubitativos, y todavía más los dubitativos conscientes y reivindicadores, son un estorbo para quienes quieren aprovechar una oportunidad inesperada. Las dudas no convienen a creyentes, convencidos y conformistas. Menos todavía a acomodaticios y oportunistas que se han pasado de bando y se han dejado empujar e intimidar. Nadie más intransigente que un converso. En tiempos de hegemonías oceánicas y unanimismos, las preguntas ofenden.
Veamos lo que nos dicen las certezas. La hoja de ruta está ya trazada. No hay marcha atrás. Sí o sí, o incluso sí y sí. Hay líneas rojas que no podemos pisar. Tenemos un calendario y una fórmula irrenunciables. Hay plazos perentorios. Tenemos prisa. No reconocemos ninguna vía tercera o intermedia entre la nada que identificamos con lo que tenemos y el todo que queremos y creemos obtener de inmediato.
¿Qué papel queda para el ciudadano que duda? Quien dude de la fecha, las preguntas y el objetivo histórico, merecerá quedar descalificado, ya no como enemigo de la patria, sino incluso como enemigo de la democracia.
Y sin embargo, la duda no excluye el problema. Al contrario, le da profundidad y amplitud. Si partimos de la duda, podemos al final incluirnos a todos. Si partimos de la certeza dictada por alguien que ha decidido ya el camino y el destino, entonces es seguro que nos dividiremos y fracasaremos. Todos por igual, por cierto.
El problema es real y consistente. Es una cuestión de democracia: una población circunscrita en un territorio perfectamente reconocible no puede ser gobernada civilizadamente sin su consenso, algo que todos sabemos cuándo y por qué se rompió.
El lehendakari Urkullu ha señalado los pasos y el orden de los factores, sea cual sea la sustancia: diálogo, negociación, pacto, y al final, ratificación democrática. El presidente Mas, en cambio, ha situado las urnas por delante, en forma de una consulta para la independencia. Todo lo ha decidido unilateralmente sin pasar antes por unas elecciones con un programa claro como los nacionalistas escoceses: Junqueras sí esgrimió la independencia; CiU, solo el confuso Estado propio dentro de Europa. Mas quiere el derecho a decidir lo que ya está decidido. Por eso quienes dudan estorban.
El derecho a decidir está muy bien. Lo avala el Tribunal Constitucional. Pero antes y por encima está el derecho a dudar, obligación incluso para quien quiera pensar por sí mismo. Y eso es lo que ha avalado en sus declaraciones y en sus recitales, con su tranquila apología de la duda, el último Premi d'Honor de les Lletres Catalanes, Raimon Pelegero.
Ya es notable y merecido que vaya a Raimon el premio que da Omnium Cultural a quien "per la seva obra literària o científica, escrita en llengua catalana, i per la importància i exemplaritat de la seva tasca intel·lectual, hagi contribuït de manera notable i continuada a la vida cultural dels Països Catalans". A fin de cuentas, es el primer cantante y autor de canciones que lo recibe. Pero más notable es que sea porque, en efecto, ha contribuido como muy pocos a la preservación de la lengua y de la cultura de los ciudadanos de habla catalana sin dejar de expresar dudas ni de interrogarse, incluso ahora mismo, en el tiempo de las grandes certezas y unanimidades.
Independencia o asimilación, tal es la dicotomía radical que plantean quienes han impulsado el proceso, convencidos, nos dicen, de que no hay terceras vías en el futuro de Cataluña. Es una tesis que exige la foto fija del actual momento político, desde que han descarrilado los consensos y la crisis ha corroído las instituciones. Desde Valencia y también desde Mallorca, no tan solo es legítimo sino racional y obligado, incluso para la más plena visión catalanista, evaluar la tercera vía con algo más de cuidado. No está claro que la independencia sea más beneficiosa para la unidad de la lengua y la cultura catalanas de lo que pudiera serlo combatir por la continuación de la convivencia de todos los ciudadanos catalanohablantes dentro de una España plural, organizada como un Estado federal y plurinacional.
Si en las dudas de Raimon despunta la tercera vía, no es solo por su temple de intelectual crítico sino también por su preocupación por la unidad catalana y por el futuro de la lengua en Valencia y Mallorca. Omnium Cultural ha premiado, quizás sin calcularlo, la ejemplaridad de sus dudas. Por eso el Premio y los cuatro recitales en el Palau desde el pasado jueves hasta ayer, además de un goce para sus numerosos admiradores y amigos, son una incitación a la duda y un llamamiento a que todos las respeten, tanto las del cantante como de quienes quieran seguir su ejemplo.

¡No me toquen a Raimon!
Ahora es Raimon el problema. Manifestó ciertas dudas sobre la independencia y una numerosísima legión de tuiteros y comentaristas de diarios digitales catalanes sentenció, en los oscuros juzgados de internet, que Raimon sea expulsado del templo de la catalanidad. “¡Vete a Valencia –le dicen– con los del PP!”. Esta es la grosería más dulce que le vomitan encima. No son cuatro insensatos. Son muchísimos. Tantos, que deben ser considerados, no anécdota, sino categoría. Se burlan de la trayectoria de Raimon. Lo tratan de miserable, vendido y cobarde.Saben que Raimon ha sido excluido de su País valenciano precisamente porque desde hace 50 años, habiendo nacido en la calle Blanc de Xàtiva, es el emblema de la unidad de la lengua de Llull, March y Rodoreda. Saben que sin Raimon, sólo los eruditos podrían citar ahora versos de Ausiàs March, Roís de Corella o Espriu. Sin Raimon, la lengua catalana quizá no habría llegado a la democracia en condiciones de ser protegida, ya que, en el inacabable silencio de la dictadura, fueron muchos los que, a pesar de haberla recibido de los padres, ya no la usaban ni en la calle, ni en las tiendas, ni cantando bajo la ducha.Cuando los Sírex y Mustang, por legítimas y naturalísimas ganas de vender discos, componían sus éxitos en castellano y salían cada domingo en Escala en Hi-Fi de la televisión franquista en blanco y negro, Raimon componía y cantaba en su lengua natal y, por ello, era vetado en radio y televisión. Sus recitales eran prohibidos o parcialmente censurados, siempre férreamente vigilados. Sin Raimon, la cançó no habría alcanzado ni el vuelo interior ni la proyección internacional que conquistó. Cuando, por miedo o por comodidad, la mayoría de los catalanes callaban y se acomodaban al franquismo, Raimon cantaba a pecho descubierto y avanzaba el amanecer democrático.Raimon es, por encima de todo, un artista originalísimo, con un sentido musical extraordinario, que ha avanzado a contraviento, desafiando las modas pop, folk y rock que han imperado en su época. Sin olvidar otra de sus grandes virtudes: es un poeta delicioso.Si los más intransigentes partidarios de la nación catalana desprecian el formidable bagaje de Raimon es que se ha producido una mutación aberrante en una parte del catalanismo. Una mutación pariente de la estridencia de Beppe Grillo y del tremendismo de Roberto Calderolli. Al detectarse esta ola subterránea, sulfurosa y excluyente, debería haber encendido una luz de alarma, en los partidos y organizaciones soberanistas.Raimon es el flamante Premi d’Honor de este año, un galardón que Òmnium concede para honrar a una gran obra cultural y a una personalidad ejemplar al servicio de la cultura catalana. Pero Muriel Casals no lo ha defendido. Lo ha justificado: “Hay gente que necesita más argumentos para tomar su decisión y otros que lo tienen muy claro”. No, Muriel, no es esa la respuesta que requerían los miserables ataques que ha recibido Raimon, desde que Sílvia Cóppulo lo entrevistó. Estas legiones que vociferan en el circo del populismo, amparadas en el secreto, pero cobijadas por medios no sólo digitales, no pueden ser puestas en el mismo plano que Raimon. He echado de menos que alguien (no sé: el presidente de la Generalitat o la propia presidenta de Òmnium), con ese tono indignado que a veces gastaba Pujol, exclamara: “Però qui s’han cregut que són, aquests!”.Siempre he temido la división social catalana, pero hoy no hablamos de eso. No hablamos tampoco de violencia política (entre otras razones porque Raimon, como tantos valencianistas, con el añorado Joan Fuster al frente, ha notado durante décadas, y continúa notando, los efectos de la exclusión, la censura y el sabotaje cultural: en la Valencia actual los ciudadanos españoles más inquietos encontrarán rastros de intolerancia institucional, violencia soterrada y persecución de minorías). No. Hoy hablamos de la división en el interior del catalanismo.Sectores populistas intentan aprovechar el desplazamiento del eje catalanista hacia el independentismo para asaltar su dirección. Prueba fehaciente de ello son los ataques furibundos y masivos contra Raimon. Mirar para otro lado, como hacen los presidentes de clubs de fútbol con sus ultras, es una manera de darles la razón.El nacionalismo catalán hace ya décadas que les regala razones. Cuando explica el pasado inmediato, por ejemplo.Los jóvenes independentistas creen que las generaciones catalanas de la transición fueron blandas, cobardes e ingenuas, al pactar la recuperación de los derechos de Catalunya. Les han explicado un relato falso. Dejando de lado la valoración positiva o negativa de aquella transición, un hecho está fuera de discusión: salvo excepciones como la de Jordi Pujol, el nacionalismo catalán fue muy débil durante el franquismo. Y llegó corto de tamaño a la transición. El antifranquismo catalán era catalanista, habló a menudo andaluz y siempre vinculaba la reivindicación de los derechos sociales a la de los culturales. El catalanismo antifranquista era conciliador e inclusivo; defendía el mínimo común denominador y estaba abierto a la España democrática. Raimon fue entonces pieza clave. Quien salvó las palabras fue él; y gente como él. Gente heroica y anónima que arriesgaba el tipo cada día por este país (mientras la mayoría de los catalanes, incluidos los nacionalistas, callaba, prudentemente, y esperaba tiempos mejores). Hace demasiados años ya que aquella gente heroica es acusada de blanda, cobarde y mezquina. ¡No me toquen a Raimon! Hasta ahí podíamos llegar.

No hay comentarios: