El diario El País publica hoy este interesante artículo de Josep Ramoneda. Desde hace meses, el PSC y Pere Navarro como Primer Secretario vienen reclamando "seny" a la política catalana, que la manifestación del Onze de Setembre dejó arrinconado. Han sido muchos los errores de cálculo sobre las prioridades de la política catalana y sobre el pensamiento real de los ciudadanos respecto al tema de la independencia. Las elecciones del 25 de noviembre aclararon muchas de estas cuestiones, pero la política catalana, lejos de centrarse en los problemas reales de los ciudadanos, se emperró en dar un paso hacia adelante radicalizando aún más las posiciones, con el riesgo de llevarse consigo los consensos necesarios en estos momentos de crisis y además, la carrera política de más de uno.
Ante esta perspectiva, el diálogo es la clave. Al menos, para estabilizar la situación y centrarse en los verdaderos problemas de los ciudadanos: paro, desahucios, recortes en el estado del bienestar, etc. Desde el PSC se viene reclamando este diálogo desde hace meses, para poder realizar una consulta por nuestro derecho a decidir en el marco de la legalidad y también para acometer de una vez por todas el debate de la financiación de Catalunya.
Desde hace unos días, suena la música, potenciada desde el propio gobierno de la Generalitat,de que este es el camino. Me alegro de que sea así, más allá de poner o quitar medallas.
La anticipación del pacto
La negociación con Madrid es el tema del momento en la política
catalana. Una idea que algunos medios vienen trabajando con una voluntad
preformativa desde que las elecciones del 25-N pusieron sordina al
proceso soberanista. La coalición creada para conseguir este objetivo,
formada por sectores empresariales, vieja guardia convergente, el
inevitable Durán Lleida y un sector de los poderes fácticos españoles,
alentados por la Corona, y sus complicidades mediáticas, es demasiado
poderosa para admitir que no tendrá resultados. Por eso, ha llegado la
hora de anticiparlos, de darlos como hechos antes de que se haya llegado
a alguna concreción precisa. ¿Realmente CiU vuelve sobre sus pasos y la
ruptura con el pujolismo que supuso la apuesta por la independencia va a
quedar en nada y volveremos a la cultura de la conllevancia y el
trapiche con España?
Los hechos que aparentemente demostrarían que el presidente Artur Mas
ha entrado en fase de rectificación, conforme al deseo de los poderes
antes descritos, son dos reuniones ridículamente secretas: la de Mas con
su Gobierno en el palacio de Pedralbes, de la que emanaría la consiga:
“A Madrid a negociar a por todas”. Y el encuentro entre Mariano Rajoy y
Mas. El argumentario es conocido: una vez elaborado el duelo por el mal
resultado electoral, en Convergència se estaría imponiendo la idea de
que un cálculo precipitado sobre la madurez de la sociedad catalana para
la independencia les había hecho perder la centralidad en la política
catalana y que se imponía un gran frenazo para recuperarla. Las
políticas de austeridad han hecho mucho daño a la imagen del Gobierno y
la apuesta soberanista no ha servido para ocultar el estado de
emergencia económica y social del país. Con lo cual hay que pactar con
el diablo para evitar la bancarrota porque de lo contrario la crisis se
llevaría a CiU por delante. CiU es y ha sido siempre un partido
conservador y cuando el escenario se mueve por una fuerte sacudida,
fruto de un proceso de cambio en la sociedad, siempre aparecen en su
seno los partidarios de apuntalar el status quo.
¿Todo este tumultuoso episodio para volver a la CiU de siempre? ¿Y
sin que nadie pague una rectificación tan sonora? No sería la primera
vez que después de generar mucho ruido reivindicativo se ha aceptado un
acuerdo discreto y se ha conseguido que el electorado lo diera por bueno
sin rechistar. Pero, en esta ocasión, la promesa no era cualquiera, y
además es indivisible: la independencia no es fraccionable y el
referéndum se hace o no se hace. No está claro que el electorado
convergente aceptara la renuncia con la docilidad de siempre. La
centralidad puede haberse movido de sitio.
Pero vayamos a las reuniones secretas. Si unos dirigentes
democráticos se ven a escondidas y hacen noticia de ello (muchas veces
hablan sin que nadie se entere ni llegue a los periódicos) es por una
enorme debilidad de las dos partes. ¿Qué temen? A los suyos. Saben que
no hay un acuerdo posible que no castigue a uno de los dos: si Rajoy se
sale con la suya, consigue que Mas se olvide del referéndum a cambio de
unos dineros, el presidente de la Generalitat tiene que irse a casa,
salvo que se haya perdido definitivamente cualquier asomo de dignidad en
la política. Y si Mas lograra un sistema de financiación medianamente
satisfactorio, en la línea del pacto fiscal, y/o un pacto para un
referéndum legal, Rajoy ya podría buscar sustituto. ¿Entre medio hay
espacio para algún acuerdo? Salvar las finanzas catalanas. Pero, Rajoy
¿puede salvarlas sin nada a cambio?
Mas pide socorro porque la Generalitat está al borde de la suspensión
de pagos. Pero Rajoy acude a la llamada por su propio interés: si
Cataluña se ahoga económicamente se hunde el país entero. No se puede
dejar en la estacada a una autonomía que representa casi el 20% del PIB
sin que lo pague toda España. Esta es la cuestión de fondo del debate
independentista. No solo Cataluña lo pasaría mal en su camino hacia la
independencia, como se dice desde Madrid. España sin Cataluña corre
riesgo de insolvencia. Y con ello el euro entraría en situación de
emergencia. De ahí las coaliciones de fuerzas contrarias que el envite
provoca. Rajoy tiene más armas que Mas. Pero no puede jugar con Cataluña
porque también depende de ella. Por eso la negociación es inevitable.
Pero si da resultados reales, más allá de algún apaño financiero para
salir del paso, se llevara a uno de los actores (o a los dos) por
delante.
Josep Ramoneda
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