El periodista José Mª Carrascal no es santo de mi devoción, pero he de reconocer que el artículo que publicó en el diario ABC en 1978 sobre las relaciones entre Catalunya y el resto de España, pone de manifiesto que el debate actual sobre el encaje de Catalunya en España viene de lejos. Me entristece saber que aquellos tópicos y falta de comprensión hacia lo que es y lo que representa Catalunya siguen vigentes. Y no sólo eso, sino que han sido azuzados por un sector importante de la derecha española. Sembraron vientos y ahora recogemos tempestades.
Recuerdo que el artículo es de 1978!!! El año en que se aprobó nuestra Constitución.
CATALANIZAR ESPAÑA
No se asusten. No se trata de abogar por el dominio del catalán sobre
el resto de los españoles; no se trata de sustituir la hegemonía
madrileña por la barcelonesa. Además, dudo que a los catalanes les
interesase. Los
catalanes perdieron, hace mucho tiempo, sus ambiciones hegemonistas –
más o menos desde aquel episodio fulgurante de los almogávares – y desde
entonces se han dedicado a su propio florecimiento, en vez de malgastar
energías en subyugar a los demás. Tal vez
porque fueron los primeros, entre los pueblos de Europa, que
comprendieron que imperialismo es contrario a democracia. Hay que temer
muy pocas cosas de los catalanes, y la que menos, afanes de señorío. Lo
que aquí sugerimos es cosa muy distinta y más profunda: que la
catalanicidad pase a ser parte operante del alma española, hasta ahora
no fecundada por ella: que el hecho catalán no se reduzca a aquella
esquina, sino que se incluya en el resto de la nación, no para aplastar
lo que es genuino de cada tierra, sino para ensancharlo, potenciarlo y
enriquecerlo, haciéndolo más apto para la nueva situación que España
inicia. Una de las mayores desgracias que ha sufrido nuestro
país, es lo que ha venido presentándose como “espíritu español”, apenas
impregnado de catalanismo, cuando debería haber sido uno de sus
ingredientes principales. Bien distinto nos hubiera ido, muchas
desventuras nos hubiésemos ahorrado, de haber ocurrido así. Pues pudo
haber tiempos en que, para ser algo en el mundo, lo mejor era descabezar
moros, cruzar cordilleras o conquistar imperios con una docena de
hombres. Pero esos tiempos han pasado hace muchos siglos, y al
empeñarnos en sujetar el alma española a tales características, la hemos
empequeñecido, mutiladola y haciéndola poco apta para las nuevas
circunstancias. No recuerdo quién dijo, que la única forma de hacer una
nación moderna de España, era llenar el país de suizos o ingleses. ¡Y
eso teniendo al lado a los catalanes} ¡Qué ceguera¡ ¡Qué desatino¡ Cataluña ha sido la gran desconocida para el resto de España;
desde luego más desconocida que Francia, Italia, Inglaterra o la misma
Alemania. Se conoce más la literatura rusa que la catalana, y nuestro
conocimiento de Cataluña, está hecho a base de cuatro lugares comunes,
todos ellos erróneos cuando no agraviantes. Sólo los que, por azares de
la vida, hemos tenido la suerte de que nuestras familias fueran a
residir allí, pudimos darnos cuenta de las enormes diferencias que hay,
entre lo que se cree en el resto de España que son los catalanes, y lo
que son en realidad. España no tiene que ir fuera de sus fronteras a
buscar virtudes cívicas modernas: las tiene dentro de ella misma en
Cataluña, y no me refiero sólo a la laboriosidad, al sentido organizador
y de empresa, a la iniciativa. Me refiero a algo más valioso y raro: a
la mezcla de tradición y modernidad
que hace a los países a la vez estables y dinámicos, al espíritu de
cooperación, sin el que una nación no pasa de reino de taifas; al
respeto a la intimidad ajena, algo prácticamente desconocido en el resto
de España, y que tal vez sea la cualidad más preciosa del espíritu catalán.
Todo ello lo necesita España, hoy más que nunca, pues es con esos
mimbres con los que se teje auténtica democracia. Sin ellos de poco
sirven Constituciones, partidos, urnas. Cataluña viene adelantándose
durante los últimos siglos al resto de España, y la gran tragedia de
ésta ha sido no seguir la dirección que le marcaba la que, a fin de
cuentas, era su avanzadilla europea. ¿Ocurrirá otra vez algo parecido?
¿Se construirá la nueva democracia española con la colaboración de los
políticos catalanes, o seguirá ignorándoseles? Y cuando hablo de
políticos catalanes no me refiero a los de allí nacidos, para pasar
luego por el filtro de Madrid: me refiero a los catalanes cien por cien,
gentes que nos digan las cosas un poco bruscamente, sin rodeos: que nos
transmitan su sentido común, su instinto práctico, su conciencia de
responsabilidad individual y colectiva. Algo que estamos necesitando
cada vez más angustiosamente. Cuando oigo decir a personas sensibles,
inteligentes, que Cataluña no puede separarse “porque el Ejército no lo
permitiría”, siento como un puñetazo en plena cara. ¿Pero todavía
estamos con éstas? ¿Todavía no hemos aprendido? No. Cataluña no puede
separarse porque la necesitamos, hoy más que nunca, y
hay que decírselo cuanto antes, bien alto, sin rubores, sin vergüenzas.
Necesitamos no sólo su industria, su arte, su organización, su
modernidad, sino también su espíritu, su ejemplo, sus líderes, su
“seny”. Y espero que ella también nos necesite a nosotros, para ser algo
más que un rincón delicioso, cultivado y pintoresco en el Mediterráneo,
y proyectar continentalmente, a través de España, el espíritu catalán,
que todavía tiene mucho que decir en esa Europa por hacer.
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