El profesor Anton Costas suele hacer unos diagnósticos de la actualidad económica muy acertados. Este artículo publicado hoy en El Periódico no es una excepción.
Quién debe pagar el rescate
Si no se da una respuesta adecuada al titular de este artículo, nos podemos
encontrar con que paguen justos por pecadores y que, además, la economía y el
empleo en España queden en estado de prolongada postración. Tendríamos que
dedicar los recursos públicos de los próximos años a pagar las deudas de los
bancos en vez de a consumir e invertir para mejorar el potencial de nuestra
economía para generar empleo, riqueza y bienestar. La Economía nos dice que esa
solución sería errónea e injusta.
Según los principios del buen capitalismo, los beneficios de una actividad
económica pertenecen a quien, libre y responsablemente, decide arriesgar su
capital para llevar a cabo una actividad económica. El riesgo de perder ese
capital es lo que legitima la privatización de los beneficios. Por esa razón
nadie cuestiona los grandes beneficios de empresarios españoles como Amancio
Ortega, el presidente de Inditex-Zara.
Pero, por la misma regla de tres, cuando el riesgo ha sido excesivo o ha
existido una mala gestión las pérdidas deben ser cubiertas en primer lugar por
los propios capitalistas. De lo contrario se estaría legitimando la
socialización de pérdidas. Esto es lo que están intentando algunos con el
rescate de bancos y autopistas.
Se ha dicho que el problema del socialismo es el propio socialismo, mientras
que el del capitalismo son los capitalistas. Es una boutade, pero contiene algo
de verdad. El socialismo en versión de la extinta Unión Soviética,
o el caribeño-cubano, es un sistema perverso en sí mismo en la medida que crea
mafias y castas y no reconoce la libertad de la gente para progresar. El
capitalismo es, en principio, más igualitarista y ético, dado que se basa en la
libertad de la gente para ganarse la vida. Eso sí, en competencia con otros y
respetando ciertas reglas morales y principios de comportamiento, como dejaron
bien establecido los padres fundadores de la economía de mercado (en aquella
época el capitalismo aún no tenía nombre) como el gran economista Adam
Smith.
Pero el capitalismo es como el colesterol, lo hay bueno y malo. Nuestro
problema es que ha aumentando mucho el malo. Tenemos una epidemia de
financieros y hombres de negocios a la búsqueda de amistades peligrosas con los
políticos, para que les garanticen los beneficios y les cubran las pérdidas.
Los perjudicados son los empresarios y los contribuyentes.
Volvamos ahora a la pregunta inicial de quién ha de pagar el rescate de
bancos y autopistas. Los criterios parecen claros. Los primeros en responder de
las pérdidas han de ser los gerentes y los accionistas de bancos y
concesionarias, con sus retribuciones y con su capital (con la excepción de
aquellos a los que, mediante abuso de confianza, se les engañó cambiando sus
depósitos por participaciones preferentes).
A continuación han de contribuir a cubrir pérdidas los prestamistas que
libremente, desde dentro y fuera de España, decidieron prestar dinero a los
bancos para que lo invirtieran en inmobiliarias y concesionarias. La fórmula
convencional es una quita, es decir, una disminución del valor de esa deuda.
¿De qué cuantía? La equivalente a lo que hubo de burbuja. Probablemente entre
un 30% y un 40%. La propia idea de burbuja hace referencia al valor de una cosa
que realmente no existió. El que prestó a los bancos para alimentar la burbuja
tiene que cargar con esa pérdida, porque esa parte de la deuda se esfumó cuando
explotó la burbuja. De
la misma forma que los que compraron su vivienda en la etapa de la burbuja ya
están cargando con esa pérdida en su patrimonio. El principio es claro: que
cada palo aguante su vela.
Si después de que los accionistas y prestamistas hayan cargado con su parte
de las pérdidas se considera que es conveniente para el país rescatar los
bancos y las autopistas, entonces el resto de las pérdidas y las necesidades de
nuevo capital han de venir de los recursos públicos.
Dado que en este momento las arcas públicas están exhaustas y los mercados
de capitales privados no están dispuestos a seguir prestando, es necesario
recurrir a la ayuda de los fondos europeos. Eso sí, negociando condiciones
razonables, e imponiendo la condición a los bancos rescatados de que han de
aumentar el crédito a la economía productiva en una cantidad equivalente a los
recursos públicos que reciban.
La experiencia de países como Suecia en 1992 o España en los años 80, cuando
desaparecieron una tercera parte de los bancos y hubo que crear un banco malo,
nos dice que si se hacen las cosas bien el coste final para el país de este
rescate es razonable y bueno para la economía y el empleo. Que sea así o no lo
veremos en las próximas semanas cuando conozcamos el acuerdo del Gobierno de Mariano
Rajoy con el Eurogrupo.
Anton Costas, Catedrático de Política Económica (UB)
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