La rebaja de impuestos que planea el Gobierno implicará previsiblemente el recorte del gasto público
El profesor de economía aplicada de la UAB Josep Oliver publicaba ayer en El Periódico este interesante artículo. Una buena reflexión sobre los impuestos y su relación en la redistribución de la riqueza y el mantenimiento del estado del bienestar. Con el anuncio de la rebaja del IRPF que pretende aplicar el gobierno de Rajoy nos podemos encontrar una vez más con el "pan para hoy y hambre para mañana". Esta manía de algunos gobiernos de derechas de bajar los impuestos (curiosamente siempre aprovechan para bajar más a los que más tienen) y el populismo mediático que nos bombardea a diario, solo tiene un objetivo: adelgazar y debilitar la capacidad de redistribución de la riqueza y por lo tanto, quien más lo sufrirá son las clases bajas. El profesor Oliver lo explica estupendamente.
Llegó la reforma fiscal de Montoro.
Y con ella, las críticas y los entusiasmos, según fuera la factura
fiscal de cada uno. No voy a entrar en ese debate, que hurta lo más
importante. Permítame el lector tirar por elevación y situar esa reforma
en el contexto de nuestra creciente desigualdad y pobreza.
Conviene recordar que una parte sustancial de la redistribución de la
renta se efectúa a través del gasto. El consumo de servicios públicos o
el complemento de pensiones y otras ayudas sociales son muy
redistributivos. Y eso, simplemente, porque están inversamente
relacionados con el ingreso. Cuanto más baja es la renta del hogar,
mayor consumo de sanidad o educación pública, o mayor probabilidad de
recibir ayudas. Por eso una rebaja de impuestos que no tenga en cuenta
la contracción del gasto efectuada estos últimos años debería levantar
todas las alarmas. Porque implicará, en el mejor de los casos, el
mantenimiento del insuficiente gasto público actual, y en el peor y más
previsible, su disminución.
POR SI ESO no fuera suficiente,
la redistribución de la carga tributaria que se plantea, con
reducciones más altas para las rentas más bajas, oculta que sus grandes
beneficiarios son otros: los salarios más elevados, los ingresos del
capital y las rentas empresariales. La reducción del impuesto de
sociedades (del 30% al 25%) se vende sin hablar de sus desgravaciones,
que provocan que el impuesto finalmente devengado por las grandes
empresas esté muy lejos de ese 25%. Por su parte, la disminución de la
tributación en el ahorro va a provocar la amarga situación de que, en
proporción a sus respectivas rentas, tribute igual un contribuyente que
viva de sus inversiones (ingrese lo que ingrese) que un asalariado con
menos de 30.000 euros. Y, finalmente, al reducir los tramos, y en
especial rebajar el más alto del 52% al 45%, los salarios elevados verán
una notable reducción en su factura. Y el régimen de las Sicav,
intocable.
Y todo ello en una economía, la española, en la que
el gasto de las administraciones públicas está muy alejado de la media
de la Unión Europea. Con algo más del 42% del PIB en el 2013 (por
subsidios de paro e intereses), continúa lejos del 47% del área del
euro, por no hablar de los referentes nórdicos o de países como Francia,
Bélgica o Italia, con gastos públicos por encima del 50% de su PIB.
La reducción de impuestos directos se efectúa al margen de las ingentes
necesidades sociales del país. Y en unos momentos, además, en los que
la pobreza crónica se amplía a extremos insoportables. Para muestra, dos
botones. Anteayer mismo, Unicef denunció las carencias --alimentarias y
de todo tipo-- de más del 25% de los niños de este país. ¡Más de dos
millones de pequeños! ¡Dios mío! Por no hablar de lo que indica, sobre
el nivel de nuestro gasto público, el ingente esfuerzo de las
organizaciones que mantienen el comedor escolar los meses de verano.
¡Para evitar hambre!
¿Y qué sucederá con el déficit? El Banco de
España recordaba que, entre hoy y el 2017, el país tiene que ajustar sus
cuentas en 55.000 millones de euros. Si ahora reducimos los ingresos en
cerca de 10.000 millones, ya me dirán cómo lo hacemos. Y visto el
percal que se cuece, todo apunta a que el gran pagano va a ser, una vez
más, el gasto. Porque la respuesta del comisario europeo de Economía, Olli Rehn,
ha sido de todo menos amable al recordar que la Comisión Europea aún
debería analizar estas cuentas e insistir en que España debe cumplir con
sus compromisos. Es decir, un déficit público por debajo del 3% el
2016.
El meollo de la cuestión es que aquí los ingresos de
nuestras administraciones son bajos: el 37% del PIB en el 2013, muy
lejos del 46% de media de la eurozona, del 44% alemán, el 50% belga o el
53% francés. De ahí la perversidad de esa reforma, porque su núcleo
duro es la reducción de la tributación de las rentas de la propiedad, de
la empresa y de las más elevadas del trabajo. Y dado que hay que
cumplir con el déficit, se da un paso más en la desconstrucción de
nuestro pobre Estado del bienestar, hacia su jibarización.
A
NADIE LE AMARGA un dulce. Y por eso la rebaja fiscal ha sido bien
recibida. Pero no se confundan, en especial los mileuristas. Si
efectuasen un balance entre lo que aportan (en IRPF, IVA, cotizaciones
sociales, etcétera) y lo que reciben (en educación, sanidad, pensiones,
etcétera), verían que, para ellos, ese saldo es favorable. Y que es
negativo para los que más ingresan. En eso consiste, justamente, la
redistribución, la esencia del Estado del bienestar. La misma esencia
que pretende reducir esta reforma. La alegría en casa del pobre dura
poco. Y la que tenga por la reducción de su IRPF la va a pagar muy cara.
Con menos --y ya es decir-- servicios públicos.
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