Este artículo ha sido publicado hoy en El Periódico por el catedrático de política económica de la UAB Antón Costas. Un análisis comparativo, con un ejemplo más que elocuente de lo que le puede pasar a la sociedad española si la recuperación económica no se traduce en una mejora para todos y en una disminución de las desigualdades que ha acrecentado esta crisis.
España tiene experiencia en las nefastas consecuencias de un
mal reparto de la mejora de la riqueza
La economía española ha dejado atrás la recesión, pero
muchos ciudadanos no se lo acaban de creer. Ellos no notan ninguna mejora en su
situación.
Sin embargo, no solo
el Gobierno, sino muchos financieros y grandes empresarios, afirman que se ha
iniciado la
recuperación. El banquero Emilio Botín ha dicho que el dinero
entra a raudales en España. Para César Alierta, presidente de Telefónica, la
recuperación es un hecho. La liquidez en las cajas de las grandes empresas
mejora notablemente. Y la bolsa experimenta un fuerte repunte.
Pero esta mejora no
llega, al menos de momento, a la población de a pie. Esta percepción de
desigualdad puede dar lugar a un efecto túnel con graves consecuencias para el
crecimiento económico y la vida política. Déjenme explicar esta metáfora.
Imaginemos que vamos
circulando por una carretera de dos carriles, entramos en un túnel y de repente
la circulación se para. No sabemos lo que ocurre, ni vemos la salida. Estamos
enfadados, pero ver que todos están en la misma situación nos hace tolerantes.
Contenemos nuestro enfado, apagamos el motor y esperamos.
Después de un rato
más o menos largo, observamos que los coches del carril de la derecha comienzan
a moverse. Nosotros aún no, pero suponemos que de un momento a otro también
nuestro carril se pondrá en marcha. Toleramos que los otros mejoren, porque
esperamos que nosotros también lo haremos. Ante esa expectativa, encendemos el
motor y quedamos expectantes.
Pero va pasando el
tiempo y no arrancamos, a la vez que vemos con irritación que los coches de
nuestra derecha circulan cada vez a más velocidad. Comenzamos a mosquearnos.
Para más inri, algunos de los conductores de la derecha que pasan a nuestro
lado se vanaglorian de su mejora y nos hacen algún gesto provocador con la mano Llegados a este
punto, nuestro malestar llega al límite y dejamos de ser tolerantes. O todos o
nadie. Y cruzamos nuestro coche bloqueando el tráfico.
¿Es una simple
ficción lo que acabo de contarles? No. Los cambios repentinos en la tolerancia
de la sociedad hacia una recuperación desigual son frecuentes. La historia de
nuestro país nos ofrece un ejemplo significativo para el momento actual.
Ocurrió en la segunda
mitad de los años 80. En 1986 la economía española comenzó a salir del largo
túnel de la recesión que se había iniciado con la segunda crisis mundial del
petróleo de 1979. El primer Gobierno socialista de la democracia, presidido por
Felipe González, aplicó a partir de 1983 una política no pactada de reducción
de los salarios nominales. El objetivo era favorecer la recuperación de los
excedentes empresariales. El argumento del ministro de Economía, Miguel Boyer,
fue que esa política impulsaría la inversión empresarial, la recuperación y el
empleo y acabaría siendo beneficiosa para todos.
Los dos grandes
sindicatos mayoritarios, UGT y CCOO, mal que bien contuvieron su malestar y
dieron un margen al Gobierno a la espera de ver si la recuperación tenía los
resultados anunciados. La recuperación se inició en 1985, coincidiendo con la
entrada de España en la Comunidad Económica Europea. Los capitales
extranjeros comenzaron a entrar a raudales. Los primeros beneficiados fueron
los inversores especulativos. La bolsa española se disparó.
Pero esa mejora solo
estaba beneficiando a los que circulaban por el «carril de la derecha». Una
gran parte de la sociedad española inicialmente toleró esa mejora parcial. Pero
poco a poco comenzó a mosquearse con la situación de desigualdad que creaba la recuperación. Los
sindicatos comenzaron a reclamar el dividendo social de la recuperación. Y
viendo que la cosa no mejoraba, cambiaron su tolerancia con la desigualdad y
convocaron la primera huelga general de la democracia, el 14 de diciembre de
1988. El éxito fue enorme. El país se paralizó totalmente durante 24 horas.
Aquel giro en la
tolerancia hacia el reparto desigual de los beneficios de la recuperación
aumentó el conflicto social y debilitó la capacidad reformadora del Gobierno de
Felipe González. El nuevo ministro de Economía, Carlos Solchaga, confió
entonces las reformas a la presión que vendría de fuera con la entrada de la
peseta en el sistema monetario europeo. El resultado fue un fiasco. Muchas
pequeñas y medianas empresas tuvieron que cerrar. El modelo productivo español
se orientó hacia las actividades especulativas y en contra de la industria.
La moraleja de este
cuento es que una recuperación mal gestionada puede dar lugar a un efecto
túnel, con consecuencias sociales y económicas perversas. Nuestros gobiernos y
nuestras élites empresariales deberían tenerlo en cuenta y aprender de esta
historia.
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