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miércoles, 26 de febrero de 2014

El problema catalán y español


Interesante artículo publicado por Antonio Garrigues Walker en La Vanguardia de hoy:

El estamento político en su conjunto está conduciendo el aparente desencuentro entre Catalunya y España con un escaso sentido de responsabilidad. Hay, sobre todo, un exceso de manipulación de la verdad en todos los órdenes y especialmente en lo que atañe a la historia, a la economía y a las consecuencias reales de una secesión. El muy peculiar derecho a la mentira que se atribuyen a sí mismos los políticos –como arma tradicional, legítima e imprescindible en defensa de un objetivo– no puede seguir creciendo sin límite ni contención alguna. La ciudadanía ha cambiado decisivamente. Tiene una alta capacidad de información y de crítica y por lo tanto de rechazo e intolerancia a los abusos sectarios. Esa ciudadanía reclama ahora –aunque no levante suficientemente el tono de su voz– un derecho inequívoco y esencial: “El derecho –son palabras de Antón Costas, presidente del Cercle d’Economia– a una información veraz” en un tema tan complejo, tan sensible y tan importante para nuestro presente y nuestro futuro.
España no roba nada a Catalunya y Catalunya no roba nada a España. El proceso auténtico es justamente el contrario. España aporta mucho a Catalunya y Catalunya aporta mucho a España. El mensaje de España a Catalunya no puede ser otro que el de la admiración, el agradecimiento y el reconocimiento de su identidad en todas sus múltiples facetas y de todas sus maravillosas aportaciones al acervo catalán, al español y al mundial. Ninguna otra región europea la supera en este terreno. Y el mensaje de Catalunya a España tendrá que contar con un grado idéntico de admiración, agradecimiento y reconocimiento por todas las contribuciones que ha hecho España para contribuir a su desarrollo y la importancia que concede a su integración en un Estado que, aunque sea con reservas en algunos sectores, está asumiendo su pasión identitaria –un espectáculo por cierto maravilloso y envidiable– y también sus derechos históricos y en concreto el “derecho a disponer de los medios necesarios para asegurar la transmisión y la perennidad de su lengua”, de acuerdo con la Declaración Universal de los Derechos Lingüísticos del 6 de junio de 1966. Por esas y otras razones, la separación entre España y Catalunya generaría daños sustanciales, daños inasumibles, en todos los órdenes y en especial en la estabilidad política y la riqueza sociológica y económica y, sin duda, en la relación con Europa. Por el contrario, un acuerdo para superar las tensiones entre España y Catalunya daría un gran impulso a nuestras buenas perspectivas actuales y en su conjunto a la imagen de España en el mundo. Sería todo un ejemplo de madurez democrática y solidez institucional.
Partiendo de estas bases, que algunos considerarán, erróneamente, como un ejercicio de buenismo, la guía para avanzar positivamente en la búsqueda de un entendimiento civilizado sería la siguiente: Catalunya no debe considerar, y aún menos amenazar, con la posibilidad de una cuarta declaración unilateral de independencia y tampoco debe poner en marcha una consulta ilegal. El derecho a decidir tiene una estética y un atractivo intelectual impecables y puede que en algún momento futuro se desarrolle y se aplique con toda normalidad, pero este no es desde luego el momento. El Gobierno español no va a autorizar, ni puede autorizar, una consulta “legal”.
Nadie podrá impedir que se anticipen las elecciones autonómicas y que se les atribuya políticamente el carácter de plebiscitarias sobre el soberanismo y la independencia, pero sería un riesgo excesivo por cuanto generaría una radicalización del diálogo y la convivencia hasta límites extremos, no resolvería el problema y crearía otros nuevos y podría concluir en un mapa político deformado e inmanejable. Exactamente igual sucedería si se intentase manipular las próximas elecciones europeas en el sentido antes citado.
El Gobierno español no puede refugiarse permanentemente en los límites de nuestra Constitución, que tendrá que ser reformada para adaptarse a las nuevas realidades, ni tampoco en la oposición europea a los procesos de secesión porque se pueden esgrimir ejemplos para todos los gustos. Lo que tiene que hacer el Gobierno español es abrirse confiadamente al diálogo y reconocer abiertamente que nuestro modelo territorial –que es una forma de federalismo– admite crecimientos asimétricos que responden a las distintas sensibilidades históricas y que admite también conciertos fiscales y otras medidas similares que profundicen y garanticen el autogobierno.
España tiene que aceptar que el nacionalismo catalán –como todos los nacionalismos– va a mantener siempre como referencia básica la capacidad de decidir sobre su propio destino y por ello debe entender que adopte, de forma democrática, las acciones que les parezcan más propias y más útiles con ánimo de lograr su objetivo final. Este no es el género de problemas que se pueda solucionar de una vez para siempre. Tenemos por delante un largo camino de tensiones complejas y de entendimientos difíciles, pero hasta ahora lo hemos hecho bien y lo seguiremos haciendo bien en el futuro.
Nadie tiene que pedir perdón a nadie, pero sí hay que reconocer que todos hemos cometido errores, algunos sustanciales, y que los errores hay que rectificarlos, incluyendo los que se produjeron con motivo de la decisión del Tribunal Constitucional sobre el Estatut catalán, un hito clave y decisivo en el crecimiento geométrico del proceso soberanista.
No es aceptable alegar como excusa para no pactar o para no hablar que se ha perdido la confianza en razón de que España o Catalunya no han cumplido sus promesas. Aun cuando sean ciertos algunos incumplimientos se debe seguir confiando, sin reservas, en la capacidad de alcanzar acuerdos porque lo contrario sería entrar en una vía muerta. Basta con crear un nuevo ambiente en el que todos podemos y debemos colaborar. Y ese proceso ya se ha iniciado. Estamos en el buen camino.
El 28 de diciembre de 1930, hace 84 años, el periodista catalán Agustí Calvet, Gaziel, formuló la siguiente pregunta: “¿Se habrá entendido, al fin, que no nos queda más remedio que colaborar con España, influir en España, para no tener que apechugar callando –por fuerza, como acabamos de hacer durante seis años– todo lo que pueda derivarse de nuestra ausencia en el gobierno de España?”. Y cuatro años más tarde, el 10 de octubre de 1934, afirmó lo siguiente: “La historia de Cataluña es esto: cada vez que el destino nos coloca en una de esas encrucijadas decisivas, en que los pueblos han de escoger entre varios caminos, el de su salvación y su encumbramiento, nosotros, los catalanes, nos metemos fatalmente, estúpidamente, en el que conduce al despeñadero”.
Ni España ni Catalunya van a aceptar soluciones absurdas. La sociedad civil, que por fin se ha puesto en marcha, tiene todo el derecho a exigir al estamento político la inteligencia y la grandeza necesaria para encontrar una solución positiva a un problema que es tan catalán como español.

miércoles, 5 de febrero de 2014

La verdadera lliçó de dignitat

Article d'opinió publicat avui a El Periódico pel Primer Secretari del PSC Pere Navarro.



Pocs veuen el que som, però tots veuen el que aparentem, afirmavaMaquiavel, avançant-se a l'actual situació de la política catalana, que s'ha convertit en un espectacle en què la ciutadania contempla, a vegades il·lusionada, a vegades fastiguejada, sovint incrèdula, una escenificació que, més enllà de les aparents bones intencions i de les crides a l'èpica, no aporta cap resposta tangible a les demandes legítimes de més autogovern, ni cap mesura concreta que resolgui els problemes quotidians de la ciutadania.

Constato cada dia les dificultats per canviar aquesta manera de fer instal·lada en la política catalana gràcies a CiU i al seu soci-principal partit de l'oposició, ERC. Cap proposta sobre polítiques socials, cap mesura sobre política industrial, cap actuació de lluita contra l'atur proposades pel grup socialista tiren endavant, com si la política romana del Panem et circenses s'hagués instal·lat a la Catalunya actual, però sense pa.

La banalització del llenguatge també forma part d'aquesta nova política. Paraules com dignitat o democràcia són desvirtuades a força de ser utilitzades com a pedres contra l'adversari polític. Apel·lava a la dignitat, des d'aquestes mateixes pàgines dilluns passat, el màxim dirigent del partit que ha permès tirar endavant uns pressupostos que van contra la dignitat del poble de Catalunya.

Però poc digne és aprovar un pressupost amb 200 milions de noves retallades en educació, amb 800 milions de noves retallades en salut, amb l'increment dels copagaments pels serveis d'atenció a la dependència. Poca dignitat hi ha a consignar 2.300 milions en ingressos que no saben d'on trauran i que temo que acabaran sent més retallades que pagarem, com fins ara, els treballadors i les classes mitjanes. Molt poques lliçons pot donar qui s'ha convertit en còmplice dels seculars aliats de la dreta, CiU i PP, i que ha sumat els seus vots a polítiques de retallades.
La voluntat popular i la llei electoral van situar ERC com a principal partit de l'oposició. Però a Catalunya vivim el fet insòlit de veure com l'oposició s'ha convertit en la crossa del Govern, una decisió legítima que no ha anat acompanyada de la renúncia al rol de cap de l'oposició. Vivim, doncs, la poc democràtica situació que el soci del Govern és el cap de l'oposició. 
Mentrestant, l'atenció política i mediàtica se centra en les estratègies parlamentàries per fer possible la consulta. Una demanda de la ciutadania que els socialistes compartim i recolzem. Crec fermament que els catalans i les catalanes tenim dret a decidir la nostra relació amb Espanya. I estic convençut que les estratègies que s'estan seguint aparentment per aconseguir aquesta consulta no contribuiran a fer-la possible.
Ni les decisions unilaterals d'una pregunta i una data, ni la presentació de propostes al Congrés destinades a ser tombades per les majories, contribueixen a la consulta. Contribueixen a engrossir la llista de greuges, a fomentar la confrontació. Contribueixen, en definitiva, a aparentar que es treballa per a la consulta quan només s'actua d'acord amb interessos electorals.
No podem renunciar a lluitar contra la crisi, perquè fiar-ho tot a un futur idíl·lic seria no estar a l'altura de les nostres responsabilitats. Catalunya ens necessita. Ens necessita ara i aquí per tornar a la ciutadania els drets que ha perdut, i per evitar que se'n perdin encara més, com pot passar amb la reforma de la llei de l'avortament. Ens necessita per tornar a reconstruir el sistema de benestar que tant ens havia costat construir i que en tan poc temps les polítiques d'austeritat han tirat per terra.
Ens necessita per posar en marxa verdaderes polítiques de reactivació econòmica capaces d'invertir en el millor recurs que tenim, el capital humà. Ens necessita per impulsar els sectors essencials per al nostre futur. Ens necessita per fer possible, sense aparentar, un futur en què puguem decidir democràticament i viure dignament. Aquesta és la verdadera lliçó.